El mundo de mi cabeza

Esta presentación estaba preparada para el artículo anterior, pero al final pensé que no encajaba. Así que he decidido incluirlo en este otro, espero que no se note mucho el copy-paste.

¡Hola! Sí, ya sé que hacía mucho que nadie escribía en este blog. Es más, puede que pasen semanas, incluso meses antes de que alguien se percate de que hay un artículo nuevo. Pero es no me importa. Porque este blog es un concepto que quiero retomar. Es algo que no quiero perder… Mi vida ha cambiado considerablemente desde mi último artículo, y espero que mi nueva manera de enfocar la vida (más madura, espero), me ayude a escribir cosas que, como mínimo, le saquen a alguien una leve sonrisa. Gracias de antemano a todos aquellos que vayan a leer estas líneas, que, aunque parezcan fruto de la espontaneidad, cuestan más de hacer de lo que parecen. ¿Qué os pensabais, que no curraba en absoluto? ERROR. No soy el escritor más grande de todos los tiempos (porque no quiero, ¿eh?), así que todo esto hay que ir pensándolo. Y bueno, basta de charla, al lío.
¿Y de que debería hablaros hoy? Hay muchos temas que suscitan mi interés, pero no de todos ellos se puede hablar en clave de humor. Tal vez debería intentar hacer un artículo serio, aunque hace años que no intento uno… Bueno, por probar, no pierdo nada.
Así que voy a hablar de un concepto que, a mí, personalmente, me fascina: El control.
Aunque parezca mentira, las personas tenemos miedo a un número de cosas bastante limitado.
Es más, puedo contar con los dedos de una mano el número de cosas a las que el ser humano teme:
1- El sufrimiento.
2- El fracaso.
3- Por ahora, diremos “lo desconocido”.
Básicamente, cualquier temor que tengas, pertenece a uno de estos tres grupos. El temor a que te den una paliza es miedo al sufrimiento. El miedo a la soledad es sentir que tu vida está vacía, es decir, fracasar. Y el miedo a la oscuridad es miedo a lo desconocido, a aquello que no puedes entender. Tal vez penséis que el miedo a lo desconocido no es más que, de nuevo, miedo al sufrimiento. No temes a la oscuridad, si no a lo que se oculta en ella, que en nuestras retorcidas mentes, es algo que nos quiere dañar. Pero no es así. Temes lo desconocido porque es algo sobre lo que no tienes datos, y que por tanto no puedes afrontar. Si no sabes cómo afrontar algo, no tienes el control sobre dicho concepto. Y el ser humano tiende, por naturaleza, a tomar en control de todo cuanto pueda. Y es que poder decidir el transcurso de los acontecimientos nos protege de aquello que nos puede herir o hacernos fracasar. Por tanto, se puede decir que la obsesión por el control es un mecanismo de supervivencia. Un método para no fracasar.
En contrapunto, podemos delegar este control sobre otros. Pero siempre sobre alguien a quien consideras capacitado para realizar el rol que en teoría te estaba encomendado. Para que nos entendamos, si quieres protección, puedes ir armado… O puedes contratar a un guardaespaldas armado. El control de la situación no está en tus manos, ya que no posees el medio de defensa. Pero confías que el rol de protector se realice de manera efectiva por alguien externo a ti. Esto es delegar el control, y no significa que no desees fervientemente poseerlo. Todos lo ansiamos, sólo que algunos estamos más acostumbrados a delegar que otros. El problema del control es que SE EJERCE sobre el resto. Y no todos pueden tener el control. Así que para evitar un total y absoluto caos, todo el mundo delega el control en un organismo superior a todos ellos. A esta forma de convivencia se la denomina “Gran Leviathan”. Actualmente, hay muchos Grandes Leviathanes. Algunos más grandes que otros. Dios, por ejemplo, es uno de ellos. Dios decide el destino de todos. Pero como es bueno y es todopoderoso, pues está todo solucionado. Hemos delegado el control de nuestro destino en un ser ficticio, capaz de hacer que todo salga bien. La verdad, es muy ingenioso. Es la solución más directa al problema. Es como decir que la mejor manera de solucionar la crisis económica es creando una máquina que solucione crisis económicas. No es decir nada, pero si te lo tomas al pie de la letra, es lo mejor.
Otros Grandes Leviathanes son el Estado, el Ejército, los padres, los científicos… Algunos por voluntad y otros por imposición, pero en todos ellos depositamos sueños, esperanzas y preocupaciones. Y es que, si no tienes responsabilidad, no puedes fracasar. Por tanto, delegar la responsabilidad de algo que “te viene grande” no es más que una forma de desembarazarte de algo que te puede hacer morder el polvo.
Y el problema viene cuando nuestras expectativas se ven truncadas. Cuando el Gran Leviathan falla, ya no sabes a que recurrir. Por eso la gente se aferra a ellos ciegamente. No les culpo. Yo también lo hago. Todos lo hacemos, aunque sea de vez en cuando.

Somos curiosos. Es la conclusión que saco. Como aquel que quiere ducharse pero no encuentra la temperatura idónea en el agua porque pasa de caliente a fría demasiado rápido. Y es que todos buscamos poder, control, pero no la responsabilidad que ello acarrea. Es como el deseo de los niños de ser mayores para que no les manden, pero ellos no tener que hacer todo lo que la adultez acarrea.

Utopías.

Castillos en el aire.

Y sin embargo, lo tenemos al alcance de la mano. En nuestras propias cabezas. Así que disfrutemos siendo Dios por un momento. Porque, a la vuelta a la realidad, no todo desaparece cuando cierras los ojos.